Hoy es Domingo de Ramos. La Semana Santa ha comenzado en Cieza con el tradicional desfile de La Burrica. Palmas, túnicas, música y
olor a flores han inundado esta mañana la ciudad. Todas estas cosas hacen que
el pasado vuelva intensamente a la memoria. Soy de los que piensan que en
Semana Santa cualquier cosa puede evocar sensaciones, recuerdos, anhelos, sentimientos...
Los tronos por la calle, la música, el aroma, y la gente ilusionada pueden
hacernos recordar el amor y la alegría, o la esperanza de alcanzarlos, o su
pérdida. Pueden hacernos añorar a los que un día fueron parte de estos desfiles procesionales y que hoy ya no están entre nosotros. Y pueden hacernos mirar hacia el futuro
sabiendo que el día que nosotros, no sabemos cuándo, ya no estemos aquí para
arrimar el hombro, otros vendrán a sustituirnos con la misma ilusión y alegría
con la que hoy nosotros hacemos el relevo a los que nos precedieron. La
Semana Santa nos demuestra que Azorín tenía razón cuando, en alusión al “eterno retorno” nietzscheano, decía que
"Vivir es ver volver. Es ver volver
todo en un retorno perdurable, eterno; ver volver todo –angustias, alegrías,
esperanzas– como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas,
como esas nubes fugaces e inmutables.”
Y hablando del
retorno inmutable de lo fugaz, centremos nuestra mirada en esos chicos y chicas de 14 ó 15 años que se
acercan a contemplar los desfiles mientras estrenan amores, ya que pueden hacernos
comprender, en ese primer amor de su inocencia, por qué siempre que llega la
Semana Santa, uno se emociona, mira hacia el pasado, y recuerda.
También ellos, quieran o no, ya siempre recordaran la Semana Santa y la
llevarán grabada en su corazón. Y un día, con el paso del tiempo, descubrirán
el porqué. Ya entrados en años, evocarán esos amores de primavera que ahora
disfrutan por primera vez, cuando el aire huela a flores y suene La Tuna Pasa, La Cortesía o Los Dormis al pasar de La Burrica, en este pueblo
que bien llamado fue “Perla del Segura”.
Recordarán también, durante los días siguientes al Domingo de Ramos, cuándo y
cómo perdieron esos amores, y lo harán cuando en la Procesión del Silencio
escuchen Air de Bach o el Adagio en Sol menor de Albinoni; o cuando
las bandas toquen Adoración, Mater mea o Semana Santa Ciezana al paso del Santo Cristo del Consuelo, del
Ecce Homo o del Stmo. Cristo del Perdón. Y es que, debido al camino recorrido por
cada uno de nosotros –que puede ser religioso, cultural, amoroso, musical o de
cualquier otra índole– la Semana Santa mueve nuestros afectos, y, al fin y al
cabo, esto es lo que cuenta.
Miren, si no han tenido bastante con los jóvenes, a uno de esos viejos que
contemplan, con la mirada nublada por los años, un Cristo en andas. Y si son buenos escrutando sentimientos y miradas,
podrán ver en la suya, si amó mucho o sufrió mucho, si tuvo alguna pérdida
irreparable en su vida, o si da gracias a Dios por algo que sólo él sabe y que ahora
recuerda. Sin embargo, lo verdaderamente importante no es el viejo o su recuerdo –que
también– sino lo universal de su sentimiento que a todos y a cada uno nos
alcanza. La conclusión de que no somos tan distintos ni en el amar ni en el
sufrir, y, quizá, tampoco en el vivir, de aquel Galileo que, según dicen, dio su vida por amor.
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